La Manzana
Conocidas por los antiguos egipcios y romanos, hoy es una de las frutas de mayor cultivo en el mundo, debido a que se adapta a una amplia variedad de climas y terrenos.
Desde sus orígenes la manzana jugo un papel importante en la religión, la mitología y el folklore.
Adán y Eva, Blanca nieves y Guillermo Tell le deben a esta fruta el formar parte de la historia.
La producción anual de manzanas es de 40 millones de toneladas por año, provenientes principalmente de la ex Unión Soviética, China, Estados Unidos, Alemania Francia, Italia, Irán, Japón Argentina.
Existen unas 7.500 variedades de manzana, entre las que se destacan:
-la deliciosa por jugosa y dulce
-la rome ideal para hornear
-la golden delisius de color amarillo
-la granny smith o manzana verde
Las manzanas pueden ser conservadas en forma de jalea, mermelada o puré. Se las utiliza en la producción de sidra y jugo, y para preparar postres, entre ellos el clásico strudel Austriaco y el apple –pie pastel de manzana Ingles.
Las manzanas condenen pequeñas cantidades de vitaminas y minerales, fibras solubles que disminuyen los niveles de azúcar y colesterol en sangre.
Apfel kuchen (Torta de manzanas)
Ingredientes masa: Manteca 100g /Azúcar 1 taza /Huevos 2
Ralladura de un limón /Harina 2 tazas /Polvo de hornear 2 Cta. /Leche ½ taza
Relleno: Manzanas 4 /Azúcar 4 cdas /Canela 1 Cta.
Crocante: Manteca 100 /Harina 1 taza /Azúcar ½ taza /Canela 1cta
Procedimiento: batir la manteca con el azúcar asta que esté bien cremosa. Incorporar la ralladura de limón sin dejar de batir. Tamizar la harina con el polvo de hornear y agregarlo alternado con la leche. Batir hasta que resulte una masa lisa. Volcar la masa sobre una tartera en mantecada y enharinada de 26c.
Macerar las manzanas de la siguiente manera: se cortan en rodajas finas y se colocan en un bol con el azúcar y la canela se las deja reposar ½ h. se colocan sobre la masa.
Sobre las manzanas se coloca el crocante: colocar en un bol la harina, el azúcar y la canela se derrite la manteca y se la incorpora ala harina y la azúcar con un tenedor
Se mezcla sin batir. Deben quedar grumos cocinar en horno moderado 25`.
Actor del mes
Hoy: ACTOR DEL MES (no doy abasto para hacer uno por semana)
Alejandro Urdapilleta
A partir de 1984 comenzó a participar, en forma individual o grupal, junto a Batato Barea, Humberto Tortonese y otros artistas, en el llamado circuito “underground” hasta comienzos de la década de los noventa. Entre sus espectáculos más importantes figuran “Alfonsina y el mar”, “El método de Juana”, “La Carancha”, “La Moribunda”, entre otros. En el teatro oficial realizo durante esta década “Hamlet o la guerra de los Teatros”, “Recuerdos son recuerdos”, “El relámpago”, “Martha Stutz”, “Almuerzo en casa de Ludwig W.” y “Mein Kampf (una farsa)”. Recibio numerosos premios, entre ellos el ACE “Mejor Actor de Comedia” (Mein Kampf (una farsa)”) y “Mejor Actor en Drama” (“Almuerzo en la Casa de Ludwig W.”). En materia de Televisión se destacó por su actuación en varias temporadas con Antonio Gasalla. Ademas es autor de varias obras de teatro.
Hace seis años, Alejandro Urdapilleta deslumbraba a todos con su joven Hitler en “Mein Kampf, (una farsa)”. Elogios unánimes, un protagónico brillante y en el Teatro San Martín , bajo las órdenes de un director como Jorge Lavelli, la consagración oficial de un loquito surgido del under de los 80s era la historia perfecta, casi un guión hollywoodense. Pero Urdapilleta detesta Hollywood; rechazó el papel que el mundo parecía querer asignarle y se evaporó. Apareció en algunos programas de televisión (“Tumberos”, “Sol negro”, “Mujeres asesinas”), un par de películas (“La niña santa”, “Adiós querida luna”), también publicó un libro, pero, salvo por cuatro funciones de “Historia de un soldado”, al escenario no se subió más
“El teatro es muy arduo emocional y físicamente. Es desgastante, y yo venía haciendo teatro desde muchísimos años atrás. Incluso el Parakultural era riguroso: por más que se piense que hacíamos boludeces, había que laburar. Entonces, como soy vago por naturaleza, quise descansar y vivir un poco del cine o la televisión. Lo que me ofrecían en teatro no me gustaba, y el descanso se extendió. Y se extendió mucho”. Sentado en un hall del San Martín, Urdapilleta aclara que habla del “teatro-teatro, el de posta”, es decir, “con un gran director, textos importantes, todas las noches”, y no de “esas obras en las que cuatro minas o cuatro tipos hablan de la mujer, del hombre, de la pareja, que son un horror y no tienen nada de teatro”. Antes de llegar a esta “madurez” de 52 años, Urdapilleta pasó unas cuantas. Nació en Montevideo porque su padre, militar él, estaba exiliado en Uruguay por haber participado, en 1951, de un intento de derrocamiento de Perón. Pese al lógico prejuicio, cuenta que ni él ni sus cuatro hermanos crecieron en un hogar represivo. Lo único a lo que los obligó la vida castrense fue al desarraigo: los distintos destinos del general hicieron que la familia peregrinara por todo el país. Y así, cuando pudo, también él hizo las valijas: a los 23 años, sin haber terminado el secundario, se fue a Europa. Vivió en Londres, Sevilla, Ibiza: cumplió el sueño del joven que busca bohemia y aventura y, mientras limpiaba casas, era mayordomo o pedía dinero por la calle, disfrutaba de la intensa vida de sexo, drogas y rocanrol que el destape español ofrecía. Volvió cinco años después, huyendo de la heroína, y se encontró con un país al borde de la guerra: perdido, sin rumbo, se anotó como voluntario para ir a Malvinas. Nunca lo llamaron. Con la primavera democrática, descubrió el teatro, estudió con Augusto Fernandes, y formó la sociedad creativa con Batato Barea y Humberto Tortonese. Después, cuento conocido: el recorrido por los sótanos del under, la experiencia en televisión -en dupla con Tortonese- en el programa de Antonio Gasalla, la llegada al San Martín y el Cervantes, los paréntesis entre trabajo y trabajo. Y ahora, sumergido en el Rey Lear, lleva una vida casi monástica.
“Siempre le digo a Lavelli que tendría que ponerse una clínica de adelgazamiento, porque es mejor que Ravenna: a los diez días ya pesás tres kilos menos. Otra que Cormillot, es increíble. Son ensayos de seis horas sin parar, y el resto del tiempo tenés que estar metido en tu casa como un monje, abocado al Lear este de mierda (ríe). Estás bañándote y decís los textos, hablás por teléfono y querés que el otro se calle para poder seguir aprendiendo la letra, tenés que decirle a la mucama que no vaya para que no te rompa las pelotas. Es un gasto de energía, y con las funciones va a ser peor. No podés ni ir a una reunión a la noche, aunque tomes un champancito, que para mí es una naranjada”.
-En la época de “Mein Kampf”, contabas que habías dejado las drogas y el alcohol. ¿Cómo se reemplazan? -Muy simple: con drogas y alcohol (ríe). Y sí, es así: es volver, ir y volver, ir y volver. Una obra así no la podés hacer en estado de reviente porque no te acordás la letra. No tengo la problemática de estar enganchado con una droga. Pero no dejé nada, sigo haciendo lo que se me da la gana, como siempre. Uso lo que quiero, soy libre. -Pero eso no contribuye con tu creatividad. ¿O sí? -No. En la juventud, cuando uno está haciendo cosas e inventándose a sí mismo, en la droga grossa había sufrimiento y angustia. También he escrito cosas geniales estando drogado, pero eso depende de cómo estés del corazón, de la bocha, del alma. Ahora por ahí me sirve en términos recreativos o de placer sensual, pero no para hacer cosas. -En el 2000, cuando decías que estabas “limpio”, venías de una internación psiquiátrica. ¿Qué te dejó esa experiencia? -Yo me río de esa internación. Ahí aprendí la manga de canallas que son los psiquiatras y los psicólogos. Son la policía del alma: pretenden encajar a todos en un modelo de vida y censuran la poesía. La locura también puede ser lúcida, puede resultar el camino de conocimiento de una persona y llevar a lugares interesantes. De hecho, los manicomios están llenos de gente lúcida, tan lúcida que sabe más que los que van por la vida dormidos, toman el taxi, van al cafecito, garchan con la mujer, tienen hijos y los educan. Entre las obligaciones que Urdapilleta rechaza, figuran ir al teatro (“después hay que ir a saludar y no sabés qué carajo decir; la famosa devolución, qué palabra de mierda”), responder a la gente que lo espera a la salida de una función (“me pone nervioso, no entiendo lo que se deposita en los actores”); en fin, toda formalidad. “Pero muchas las tenés que cumplir porque sabés que son parte del juego”, admite, y en ese rubro inscribe molestias necesarias como las entregas de premios, las fotos, esta entrevista: no ve la hora de liquidarla y empezar el ensayo. También odia las cuestiones domésticas:
“Soy un desastre, no lavo ni una cuchara. Cada tanto llevo a casa de mis viejos una bolsa con ropa, toallas y sábanas. Hace poco, cuando cobré acá, en el San Martín, pude decirle a la mucama que fuera. Era un horror: me movía a oscuras para no ver nada, porque en la cocina había un olor siniestro, estaba llena de esas mosquitas a las que no las matás ni con el peor Raid. Tenía todo cerrado, y a mi cuarto lo ventilaba un poco a la mañana. Era como “Casa tomada”, no era mi casa”. -Cuesta imaginársela. -Es muy chica, un departamentito que compré. Siempre me alquilaba lugares muy grandes, lujosotes, enfrente del Botánico, por ejemplo. Y hacía fiestas y todo. Ahora ya no, aunque quisiera tener un lugar más grande, con un poco de pastito. Pero soy muy austero, y soy un romántico. No creo en la prosperidad, el progreso: vamos a la fosa, eso está claro. Odio al ser humano, a mis semejantes; me gustan los animales, me gusta el alcohol, me gusta lo trágico y estar arriba de un escenario. Nada más.
-Bueno, no hace mucho dijiste que el San Martín era para señoras con tapado que compran las entradas por teléfono. -Es así. “Rey Lear” se va a llenar de señoras con tapado que piensan en el fideo de Pippo que se van a comer después de la función. Por eso acá se puede llegar a caer en un teatro muerto, formal, convencional. Y la gente cree que eso es el teatro. El teatro se puede hacer en un baño público o en una sala oficial, pero tiene que estar vivo. En realidad, el San Martín debería ser una fábrica de explosiones, de gente nueva experimentando. -¿Es lógico pedirle eso a un teatro estatal? -Totalmente. Porque justamente obras como ésta, grandes, con muchos personajes y producción, un productor privado no las hace; va a lo más seguro y lo más barato. No se puede encarar la gran búsqueda sobre un texto importante porque no hay producción. Estos lugares deberían ser los que auspiciaran eso. -Da la impresión de que pidieras que el San Martín tuviera la movida del Parakultural. ¿Extrañás mucho los 80? -Extraño la energía, la marcha que había en esa época. Y no sólo en lo artístico. Había bares, y noche. El mundo entero no estaba tan hecho mierda. Había cierta dosis de esperanza, había un espíritu. No sé si era sólo por lo político y por haber salido de la negrura anterior... Había ganas de romper cosas y crear. -¿No se mitifica un poco aquella época? -Sí, se mitifica como todo. También dicen que los 60 eran maravillosos, y por ahí lo maravilloso era un grupito, y lo demás era un garrón. Pero en los 80 había un interesante circuito de salas: no sólo el Parakultural, sino también Babilonia, el Rojas, Mediomundo Varieté. A toda esa época también la hizo el público, que era diferente: la gente se prendía en ir a ver espectáculos, todos apretujados, sin lugar, como si fuera un recital. -O sea que, mitificada y todo, es una época para añorar. -No soy de mirar el pasado y decir “qué maravilloso que era antes”. Ahora todo me parece una cagada, y antes también. Pero la pasaba bien, porque era joven, tenía una energía increíble y hacía tres obras por noche. En una época, hacía “Hamlet” (en el San Martín, dirigido por Bartís), “La carancha” (con Batato Barea) y el Parakultural. Y a veces después hasta actuábamos en fiestas privadas. Tenía muchos hermanos, luchábamos todos por lo mismo.
La madurez también está buena, pero es otra historia.
Alejandro Urdapilleta
A partir de 1984 comenzó a participar, en forma individual o grupal, junto a Batato Barea, Humberto Tortonese y otros artistas, en el llamado circuito “underground” hasta comienzos de la década de los noventa. Entre sus espectáculos más importantes figuran “Alfonsina y el mar”, “El método de Juana”, “La Carancha”, “La Moribunda”, entre otros. En el teatro oficial realizo durante esta década “Hamlet o la guerra de los Teatros”, “Recuerdos son recuerdos”, “El relámpago”, “Martha Stutz”, “Almuerzo en casa de Ludwig W.” y “Mein Kampf (una farsa)”. Recibio numerosos premios, entre ellos el ACE “Mejor Actor de Comedia” (Mein Kampf (una farsa)”) y “Mejor Actor en Drama” (“Almuerzo en la Casa de Ludwig W.”). En materia de Televisión se destacó por su actuación en varias temporadas con Antonio Gasalla. Ademas es autor de varias obras de teatro.
Hace seis años, Alejandro Urdapilleta deslumbraba a todos con su joven Hitler en “Mein Kampf, (una farsa)”. Elogios unánimes, un protagónico brillante y en el Teatro San Martín , bajo las órdenes de un director como Jorge Lavelli, la consagración oficial de un loquito surgido del under de los 80s era la historia perfecta, casi un guión hollywoodense. Pero Urdapilleta detesta Hollywood; rechazó el papel que el mundo parecía querer asignarle y se evaporó. Apareció en algunos programas de televisión (“Tumberos”, “Sol negro”, “Mujeres asesinas”), un par de películas (“La niña santa”, “Adiós querida luna”), también publicó un libro, pero, salvo por cuatro funciones de “Historia de un soldado”, al escenario no se subió más
“El teatro es muy arduo emocional y físicamente. Es desgastante, y yo venía haciendo teatro desde muchísimos años atrás. Incluso el Parakultural era riguroso: por más que se piense que hacíamos boludeces, había que laburar. Entonces, como soy vago por naturaleza, quise descansar y vivir un poco del cine o la televisión. Lo que me ofrecían en teatro no me gustaba, y el descanso se extendió. Y se extendió mucho”. Sentado en un hall del San Martín, Urdapilleta aclara que habla del “teatro-teatro, el de posta”, es decir, “con un gran director, textos importantes, todas las noches”, y no de “esas obras en las que cuatro minas o cuatro tipos hablan de la mujer, del hombre, de la pareja, que son un horror y no tienen nada de teatro”. Antes de llegar a esta “madurez” de 52 años, Urdapilleta pasó unas cuantas. Nació en Montevideo porque su padre, militar él, estaba exiliado en Uruguay por haber participado, en 1951, de un intento de derrocamiento de Perón. Pese al lógico prejuicio, cuenta que ni él ni sus cuatro hermanos crecieron en un hogar represivo. Lo único a lo que los obligó la vida castrense fue al desarraigo: los distintos destinos del general hicieron que la familia peregrinara por todo el país. Y así, cuando pudo, también él hizo las valijas: a los 23 años, sin haber terminado el secundario, se fue a Europa. Vivió en Londres, Sevilla, Ibiza: cumplió el sueño del joven que busca bohemia y aventura y, mientras limpiaba casas, era mayordomo o pedía dinero por la calle, disfrutaba de la intensa vida de sexo, drogas y rocanrol que el destape español ofrecía. Volvió cinco años después, huyendo de la heroína, y se encontró con un país al borde de la guerra: perdido, sin rumbo, se anotó como voluntario para ir a Malvinas. Nunca lo llamaron. Con la primavera democrática, descubrió el teatro, estudió con Augusto Fernandes, y formó la sociedad creativa con Batato Barea y Humberto Tortonese. Después, cuento conocido: el recorrido por los sótanos del under, la experiencia en televisión -en dupla con Tortonese- en el programa de Antonio Gasalla, la llegada al San Martín y el Cervantes, los paréntesis entre trabajo y trabajo. Y ahora, sumergido en el Rey Lear, lleva una vida casi monástica.
“Siempre le digo a Lavelli que tendría que ponerse una clínica de adelgazamiento, porque es mejor que Ravenna: a los diez días ya pesás tres kilos menos. Otra que Cormillot, es increíble. Son ensayos de seis horas sin parar, y el resto del tiempo tenés que estar metido en tu casa como un monje, abocado al Lear este de mierda (ríe). Estás bañándote y decís los textos, hablás por teléfono y querés que el otro se calle para poder seguir aprendiendo la letra, tenés que decirle a la mucama que no vaya para que no te rompa las pelotas. Es un gasto de energía, y con las funciones va a ser peor. No podés ni ir a una reunión a la noche, aunque tomes un champancito, que para mí es una naranjada”.
-En la época de “Mein Kampf”, contabas que habías dejado las drogas y el alcohol. ¿Cómo se reemplazan? -Muy simple: con drogas y alcohol (ríe). Y sí, es así: es volver, ir y volver, ir y volver. Una obra así no la podés hacer en estado de reviente porque no te acordás la letra. No tengo la problemática de estar enganchado con una droga. Pero no dejé nada, sigo haciendo lo que se me da la gana, como siempre. Uso lo que quiero, soy libre. -Pero eso no contribuye con tu creatividad. ¿O sí? -No. En la juventud, cuando uno está haciendo cosas e inventándose a sí mismo, en la droga grossa había sufrimiento y angustia. También he escrito cosas geniales estando drogado, pero eso depende de cómo estés del corazón, de la bocha, del alma. Ahora por ahí me sirve en términos recreativos o de placer sensual, pero no para hacer cosas. -En el 2000, cuando decías que estabas “limpio”, venías de una internación psiquiátrica. ¿Qué te dejó esa experiencia? -Yo me río de esa internación. Ahí aprendí la manga de canallas que son los psiquiatras y los psicólogos. Son la policía del alma: pretenden encajar a todos en un modelo de vida y censuran la poesía. La locura también puede ser lúcida, puede resultar el camino de conocimiento de una persona y llevar a lugares interesantes. De hecho, los manicomios están llenos de gente lúcida, tan lúcida que sabe más que los que van por la vida dormidos, toman el taxi, van al cafecito, garchan con la mujer, tienen hijos y los educan. Entre las obligaciones que Urdapilleta rechaza, figuran ir al teatro (“después hay que ir a saludar y no sabés qué carajo decir; la famosa devolución, qué palabra de mierda”), responder a la gente que lo espera a la salida de una función (“me pone nervioso, no entiendo lo que se deposita en los actores”); en fin, toda formalidad. “Pero muchas las tenés que cumplir porque sabés que son parte del juego”, admite, y en ese rubro inscribe molestias necesarias como las entregas de premios, las fotos, esta entrevista: no ve la hora de liquidarla y empezar el ensayo. También odia las cuestiones domésticas:
“Soy un desastre, no lavo ni una cuchara. Cada tanto llevo a casa de mis viejos una bolsa con ropa, toallas y sábanas. Hace poco, cuando cobré acá, en el San Martín, pude decirle a la mucama que fuera. Era un horror: me movía a oscuras para no ver nada, porque en la cocina había un olor siniestro, estaba llena de esas mosquitas a las que no las matás ni con el peor Raid. Tenía todo cerrado, y a mi cuarto lo ventilaba un poco a la mañana. Era como “Casa tomada”, no era mi casa”. -Cuesta imaginársela. -Es muy chica, un departamentito que compré. Siempre me alquilaba lugares muy grandes, lujosotes, enfrente del Botánico, por ejemplo. Y hacía fiestas y todo. Ahora ya no, aunque quisiera tener un lugar más grande, con un poco de pastito. Pero soy muy austero, y soy un romántico. No creo en la prosperidad, el progreso: vamos a la fosa, eso está claro. Odio al ser humano, a mis semejantes; me gustan los animales, me gusta el alcohol, me gusta lo trágico y estar arriba de un escenario. Nada más.
-Bueno, no hace mucho dijiste que el San Martín era para señoras con tapado que compran las entradas por teléfono. -Es así. “Rey Lear” se va a llenar de señoras con tapado que piensan en el fideo de Pippo que se van a comer después de la función. Por eso acá se puede llegar a caer en un teatro muerto, formal, convencional. Y la gente cree que eso es el teatro. El teatro se puede hacer en un baño público o en una sala oficial, pero tiene que estar vivo. En realidad, el San Martín debería ser una fábrica de explosiones, de gente nueva experimentando. -¿Es lógico pedirle eso a un teatro estatal? -Totalmente. Porque justamente obras como ésta, grandes, con muchos personajes y producción, un productor privado no las hace; va a lo más seguro y lo más barato. No se puede encarar la gran búsqueda sobre un texto importante porque no hay producción. Estos lugares deberían ser los que auspiciaran eso. -Da la impresión de que pidieras que el San Martín tuviera la movida del Parakultural. ¿Extrañás mucho los 80? -Extraño la energía, la marcha que había en esa época. Y no sólo en lo artístico. Había bares, y noche. El mundo entero no estaba tan hecho mierda. Había cierta dosis de esperanza, había un espíritu. No sé si era sólo por lo político y por haber salido de la negrura anterior... Había ganas de romper cosas y crear. -¿No se mitifica un poco aquella época? -Sí, se mitifica como todo. También dicen que los 60 eran maravillosos, y por ahí lo maravilloso era un grupito, y lo demás era un garrón. Pero en los 80 había un interesante circuito de salas: no sólo el Parakultural, sino también Babilonia, el Rojas, Mediomundo Varieté. A toda esa época también la hizo el público, que era diferente: la gente se prendía en ir a ver espectáculos, todos apretujados, sin lugar, como si fuera un recital. -O sea que, mitificada y todo, es una época para añorar. -No soy de mirar el pasado y decir “qué maravilloso que era antes”. Ahora todo me parece una cagada, y antes también. Pero la pasaba bien, porque era joven, tenía una energía increíble y hacía tres obras por noche. En una época, hacía “Hamlet” (en el San Martín, dirigido por Bartís), “La carancha” (con Batato Barea) y el Parakultural. Y a veces después hasta actuábamos en fiestas privadas. Tenía muchos hermanos, luchábamos todos por lo mismo.
La madurez también está buena, pero es otra historia.
Jimi Hendrix - spanish castle magic (Atlanta)
He aqui una joya del negro Hendrix,en una version intermedia(no tan pasado de merca y no tan sobrio) disfrutenlo
2007 internacional
Aerosmith, Audioslave, Evanescence... más rumores de visitas internacionales
2007 promete la llegada de varias estrellas de la música
Un clásico de cada principio de año: comienzan las especulaciones sobre los artistas que visitarán la Argentina durante los próximos doce meses. Varias estrellas ya están confirmadísimas, ya sea del rock (Roger Waters, The Who) como de la música latina (Ricky Martin, AleSanz,Maná,bueh).2007 promete la llegada de varias estrellas de la música
Ahora se inicia el desfile de grandes luminarias anglo que podrían pisar suelo porteño durante 2007. Y los nombres son por demás rutilantes. Los trascendidos más fuertes tienen que ver con el que promete ser el primer gran festival internacional del año: el Quilmes Rock, a realizarse en el estadio de River Plate entre el 12 y el 15 de abril. La banda que más suena es Velvet Revolver, a quienes varias fuentes dan por confirmados (incluso el sitio del club de fans oficial da por hecha su presentación en la Argentina). Compartirían cartel con la banda de Scott Weiland y los ex Guns N’ Roses nada menos que Aerosmith, Audioslave, Keane, Placebo y Evanescence.
Aunque su líder había prometido nunca volver a visitar estas tierras luego de su escandaloso show en Ferro en 1987, The Cure. Cabe aclarar que ninguno de estos grupos confirmó aún en su sitio oficial su llegada a Sudamérica, así como tampoco los organizadores del festival ratificaron su presencia.Luego de esto, los rumores que trascienden en blogs y foros de Internet comienzan a parecerse peligrosamente a expresiones de deseo. No obstante, por algunos artistas hay negociaciones iniciadas: Arctic Monkeys (para los últimos meses de 2007, formando parte de otro festival), Bad Religion (abril), Black Rebel Motorcycle Club (postergaron su show a fines de 2006, y se los espera para marzo), etcétera. Del resto se dice mucho pero se sabe poco: algunos hablan de Radiohead para fin de año, otros dan por segura la visita de Guns N’ Roses (aunque con Axl nunca se sabe), no falta quien prometa a Gwen Stefani y, como broche de oro, algún que otro audaz se atreve a hablar de la presencia del mismísimo Paul McCartney en River, también para el último trimestre de 2007. ¿Cuánto se cumplirá de todo esto? El tiempo lo dirá.
La legendaria banda The Who tocará en la cancha de River Plate en marzo de 2007. La visita de los creadores de hits como “My Generation” y “I Can’t Explain” se dará como parte de su gira mundial para presentar su nuevo disco Endless Wire. El cuarteto formado por el cantante Roger Daltrey, el guitarrista y cantante Pete Townshend, el bajista John Entwistle y el baterista Keith Moon se consagró como icono del movimiento mod en los ’60, con memorables trabajos como la ópera rock Tommy ( convertida en película con la participación de Elton John, Tina Turner y Eric Clapton), The Kids Are Alright y Live at Leeds, considerado uno de los mejores discos en vivo de la historia. La banda también participó del festival de Woodstock y filmó la película Quadrophenia, en la que trabajaba un jovencísimo Sting. De los músicos originales de The Who sólo quedan Daltrey y Townshend, ya que Moon murió en 1978 y Entwistle en 2002, pero las crónicas de los shows recientes resaltan que la banda todavía se mantiene a la altura de su leyenda.
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